El jovencito decía que le gustaban las mujeres, que los hombres no. Pero todo puede cambiarlo un buen fajo de billetes. Le invitó a su casa, y mientras hablaban él se tocaba la polla. Comenzaba a sospechar que aquello era una encerrona, y se confirmaron sus sospechas en cuanto vio que le ofrecía dinero a cambio de sexo.
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