Yo pago, yo mando… ¿verdad?


Estaba a su servicio y él lo sabía. Todo lo que el señorito ordenase él tendría que hacerlo. Lo bueno es que, exceptuando los típicos caprichos que todo chico rico tiene, lo demás era todo bastante sexual. Tumbado en la cama le pidió que le agarrase la polla mientras se la enseñaba. El hombre ni se lo pensó, estiró su brazo, la agarró y empezó a moverla. No era la primera vez que le pedía algo así y sabía como iba a acabar la cosa.