La apuesta era muy sencilla, el que más tardara en correrse mientras el otro le hacía una mamada le pagaba al otro una buena mariscada. La verdad que la cosa se les fue yendo de las manos llegando a un punto en el que les daba igual la apuesta, lo único que querían es que esa ración de placer les durara más y más antes de echar la leche.
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